19.4.20

Las alegres aventuras de Robin Hood (Howard Pyle, 1883)


Tras haber elegido tres flechas de su agrado, Robin revisó atentamente la cuerda de su arco antes de disparar.
   _ Sí -seguía diciéndole a Gilbert, que se había quedado junto a él para verle tirar-, deberías hacernos una visita allí en Sherwood -aquí tiró de la cuerda hasta que la mano quedó junto a la oreja-. En Londres -aquí disparó la flecha- no podéis disparar más que contra grajos y cornejas, pero allí podrías picotear las costillas a los mejores venados de toda Inglaterra.
Y aunque no dejó de hablar mientras tiraba, la flecha se clavó en la diana, a menos de media pulgada del punto central.
   _ ¡Por mi alma! -exclamó Gilbert-. ¿Sois acaso el diablo vestido de azul, para tirar de ese modo?
   _ No -respondió Robin riendo-, no soy tan malo como eso, confío.
Y diciendo esto, tomó otra flecha y la montó en la cuerda. De nuevo disparó, y de nuevo insertó la flecha a un dedo del centro; tensó el arco por tercera vez, y la flecha se clavó entre las otras dos, en el mismísimo centro de la diana, de modo que las plumas de las tres flechas quedaron entremezcladas, y a cierta distancia parecían una sola flecha.

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