Domingo de mayo, amanece. Más nubes que frío. Más niebla que lluvia. Ni un alma atravesando las tierras altas del Deba, del Urola, del Oria. Entrando en Zegama, sin embargo, es evidente que algo importante está a punto de ocurrir.
Con perfecta organización aparcas, recoges las cosas, te colorean el antebrazo con una calcomanía, y pasas a formar parte de una pequeña marea que crece y te hace sentir especial.
Los pocos que hemos tenido la suerte de conseguir dorsal compartimos prólogo con la elite mundial que disputa el Cto. de Europa. Cámaras, entrevistas, ambiente, todo anuncia la gran expectación que levanta esta carrera, mítica ya en el mundo entero.
Con las campanadas de las 9 explotan la tensión y la emoción. Quinientos y pico corredores salen disparados alrededor del pueblo, aclamados, vitoreados, para enfilar directamente hacia el bosque en una larga y empinada cuesta. Todo un rosario se despliega por la ladera mientras un helicóptero vuela bajo a la captura del momento.
Yo me coloco directamente a cola, el último. Ninguna prisa tengo, he venido a disfrutar cada metro del terreno, del paisaje, del ambiente. Pardillo en las montañas, algo había entrenado para poder aguantar tantas horas en marcha, incluso para trotar subiendo. Otra cosa es el barro. No te deja correr, es un poco frustrante. Bajando resbala, subiendo resbala, llaneando se te van los pies y sufren los adductores.
La belleza del paisaje, sin embargo, puede con todo. Y en esta carrera la variedad es tal que nunca dejas de asombrarte. Bosques, prados, cumbres, desfiladeros, solo, en compañía, aclamado por el público, todos los momentos son especiales y allí estaba yo para vivirlos.
Banderines naranja señalando la ruta los hay por millares. La hojarasca cubre el barro, y nunca sabes si eso ayuda o esconde el peligro. En una de estas pisé con confianza y el pie se hundió por encima del tobillo con pocas ganas de salir de allí. Bastantes van con palos, y cuando te toca ir un rato detrás de uno de ellos, por sendero estrecho, con las puntas casi en la cara, es realmente molesto.
Te aclaman por tu nombre, y a cambio subes las duras cuestas corriendo, tropezando, a resbalones. Iba conmigo un chaval del pueblo al que todo el mundo conocía y vitoreaba. Llegando a lo alto le digo que le van a sacar de punto, con tanto ánimo. Casi es peor, confiesa riendo.
Entre una cosa y otra discurre la primera parte de la carrera, la más "sencilla", que culmina atacando la cima del Aratz en el km 16 con piedra, viento, frío, niebla, chubasquero, braga y guantes. La bajada hacia el túnel de San Adrián no es todavía muy difícil, pero al llegar el terreno pedregoso yo avanzo acojonado, pasito a pasito, poniendo manos, todo resbaladizo. No así los primeros, que pasan lanzados, aquí vemos a Kilian Jornet sorteando el murete de un salto.
La revelación del día fue la jovencísima madrileña Paula Cabrerizo, segunda con 20 añitos. Tremenda.
Y qué decir que no se haya dicho ya mil veces de coronar Aizkorri tras la dura y larguísima subida del calvario. La niebla, el paseíllo de la multitud a la que vienes oyendo desde muy abajo, gritos, campanas, cuernos, aupa aupa, eutsi gogor, subes, casi escalas, agachado, levantando la cabeza agradecido, cansado, feliz, emocionado. Mitad de carrera. Momento culminante. Y justo detrás... la soledad y el infierno.
El cresterío de roca entre Aizkorri y Aitxuri es espectacular en verano, con el vértigo de la caída vertical hacia los verdes valles. Te imaginas cabra montés dando saltitos y trepando riscos. En mayo el panorama es muy diferente. Oyes más gente de la que ves, solo al distinguir apenas el siguiente banderín adivinas que por allí se puede pasar, manos, pies, culo, te agarras a las piedras para no ser escupido por ellas.
Y aún así solo vas pensando en la próxima bajada, la más temida, la que denominan "hostia-gorri". De repente giras a la izquierda y se trata de descender a los verdes prados de Urbia, la cara oeste de la sierra, la más amable, donde hoy se levantará un poco la niebla para vislumbrar algún rayo de sol.
Pero la tarea se las trae. El pasillo que baja directo y en picado está a estas alturas impracticable. La hierba embarrada, moteada con afilada piedra, parece tentadora. Algún imprudente se aventura. Dos rápidas y dolorosas caídas le hacen desistir. La organización te manda bajar en paralelo buscando el matorral que te frene un poco la peligrosa inercia.
Poco a poco vas llegando abajo, y por un momento el panorama se abre para disfrutar de las vistas.
Pero la gozada de correr por las praderas de Urbia no está previsto en esta carrera. Nos mandan hacia Oltze. Senderos estrechos muy chulos, rompepiernas. Con buen tiempo he solido desfrutar mucho por aquí. Pero hoy es otra cosa, tras 25 km de carrera. Silencioso, solitario, no hay tregua para el cuerpo.
Y al fin, Urbia. La pradera, la fonda, el gentío animando. Espectacular. Con renovados ánimos encaro las faldas verdes camino del paso de Andraitz. Me encuentro muy bien y consigo subir al trote hasta bastante arriba.
El paso por el collado anuncia lo ya sabido. Si pensabas que nunca habías visto tanto barro, lo gordo estaba por llegar. Según vuelves a adentrarte por el bosque tras abandonar las escarpadas alturas, compruebas que allí nunca llega el sol. Arenas movedizas que te engullen, toboganes para esquiar sentado. Este año en realidad lo disfruté como un niño. Incluso había zonas de pendiente menos pronunciada donde podías correr y desafiar al peligro patinando jocosamente.
En el avituallamiento te ofrecían esponjas y cubos de agua para limpiarte el barro de las manos y así poder comer o beber algo.
La bajada aún así es larguísima, casi 12 km. Pensaba que los últimos tramos serían por pista más suave y practicable. Pero no. Hasta el final se suceden las bajadas duras y técnicas. Apenas quedan km y ves que sigues todavía bastante por encima del pueblo. Me encontraba bien y apretaba en cuanto se podía correr. Estaba exhultante. Más agarrotado que cansado, había disfrutado tremendamente toda la carrera, sin prisas, sin pausa, saboreando cada momento.
A falta de 3 km, enfilando con decisión un nuevo sendero estrecho en caída, piso de lado una piedra y se me dobla el pie. Dolor agudo, la cagué. Aflojo, intento no parar, me lo he torcido bien. Pienso que así en caliente quizá aguante. Bajo el ritmo y sobre todo cuido cada pisada. Al tran-tran al menos llegaré, suerte que ha sido al final.
Y al fin, el pueblo. La gente maravillosa, animando sin parar, el pequeño callejeo de gloria, los niños que ponen la mano... y la meta. Conseguido. Felicidad total tras casi siete horas de aventura por esta sierra sin igual. Hace casi tres horas que llegaron los primeros, pero te tratan como si hubieras llegado entre ellos.
Las zapatillas nunca olvidarán esto. Una aventura que hay que vivir. Puedes ver videos en you tube, puedes leer multitud de crónicas, puedes oir mil historias de esta carrera. Nada te acerca ni de lejos a lo que es si no lo vives. No hay palabras. En enero hay que apuntarse para el sorteo, márcalo en el calendario sin dudar.