Gone, Baby, Gone (Dennis Lehane, 1998) fue traducida al castellano como Desapareció una noche, y cuenta la historia de dos jóvenes detectives privados, Patrick Kenzie y Angela Gennaro, que buscan a una niña de cuatro años, hija de una drogadicta, que ha sido secuestrada en uno de los barrios más sórdidos de Boston.
No hace mucho Clint Eastwood adaptó otra novela de Lehane, Mystic River. Ahora el turno es para Ben Affleck y la así denominada en castellano Adiós, pequeña, adiós. Las dos novelas me gustaron mucho cuando las leí. En imágenes no es lo mismo en cuanto a profundidad, pero añaden aportaciones visuales interesantes.
Hablemos pues de Gone, Baby, Gone. Un film brillante y muy lúcido. Un thriller que habla sobre los valores morales, y lo hace de forma tan natural que las cientos de preguntas que pasan por la cabeza de todos los personajes del film, también pasan por tu cabeza, y te preguntas que harías tú ante tal dilema, ante unas situaciones tan comprometidas. ¿Qué es lo correcto? ¿Qué es lo incorrecto? ¿Quién tiene razón si es que alguien la tiene?
Sin ninguna prisa, el filme se toma su tiempo, y dosifica la información de forma certera, hasta desvelarnos las entrañas de cada uno de sus habitantes. Quizás de manera un tanto tramposa, pero a la vez rabiosamente efectiva. En los momentos en los que uno piensa que la acción va a decaer de forma inexorable, resurge con más fuerza aún.
Pero es en el terreno moral donde este trhiller pone toda la carne en el asador. Cada decisión, de cada personaje, posee una múltiple lectura. Lo correcto y lo erróneo son dos caras de una misma moneda. Affleck consigue humanizar a todas y cada una de sus criaturas, desde la más detestable hasta la más adorable. Todas tienen sus motivos, todas intentan hacerlo lo mejor posible, y todas se equivocan. Desde la desastrosa madre, hasta el (aparentemente) ejemplar y modélico policía.
Entre unos y otros, emerge la figura del protagonista, un detective encarnado por Casey Affleck. Magnífica composición la de este héroe de aparente fragilidad, pero de convincentes y sólidos recursos. Con una integridad que va creciendo a medida que se involucra en el caso, y que lo lleva a pelear por la verdad hasta sus últimas consecuencias. Aunque sus decisiones puedan traer nefastas consecuencias (incluso para él mismo), su estricto sentido del deber le otorga la fuerza moral que otros han perdido por el camino. Le corresponde el papel de catalizador de todas las vertientes que confluyen en este amargo retrato de parte de nuestra sociedad actual. Y, realmente, lo borda.
Quizás un tanto obvia en algún momento, demasiado explicativa en algún otro; pero el tono general es duro y sin concesiones gratuitas. La película no deja de plantear preguntas, no juzga a sus personajes, indaga sin tapujos en las fronteras que delimitan el bien y el mal, lo aceptable y lo inaceptable, lo moral y lo inmoral.